Cantar en la tormenta
- Ivette Santiago
- Oct 2
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Inspirado en el Salmo 104:34 — “Dulce será mi meditación en Él; yo me regocijaré en Jehová.”

¿Puedes alabar a Dios cuando tu mundo parece desmoronarse? ¿Qué significa regocijarse en Dios cuando no hay razones visibles para sonreír? ¿Puede la alabanza convertirse en tu refugio en medio de la tormenta? ¿Y si tu gozo no dependiera de lo que te rodea, sino de Aquel que te sostiene?
Hay días en que el cielo parece cerrado, el alma cansada y las oraciones apenas susurran esperanza. Sin embargo, el Salmo 104:34 nos recuerda una verdad luminosa: regocijarse en Dios no depende de las circunstancias, sino de la comunión.
Cuando el salmista declara que su meditación será dulce y que se regocijará en Jehová, no está hablando desde un palacio de comodidades, sino desde una postura de rendición. Él ha aprendido que el gozo más profundo no nace de lo que nos rodea, sino de Aquel que habita en nosotros.
Alabanza en medio del quebranto
Dios se deleita en un corazón que lo alaba aun cuando las lágrimas empañan la vista. No porque ignore nuestro dolor, sino porque sabe que la alabanza en medio de la aflicción es un acto de fe radical. Es decirle al cielo: “Aunque no entiendo, confío. Aunque no veo salida, creo que Tú eres mi refugio.”
La dulzura de meditar en Él
Meditar en Dios es más que pensar en Él. Es reposar en su carácter, recordar sus promesas, y dejar que su fidelidad nos envuelva como un manto. En medio del caos, esta meditación se vuelve dulce porque nos conecta con lo eterno, con lo que no cambia, con lo que sostiene.
Regocijarse como resistencia espiritual
Regocijarse en Dios no es negar la realidad, es resistir la desesperanza. Es declarar que hay un gozo que no se quiebra con las malas noticias, que hay una paz que no depende del diagnóstico, que hay una luz que no se apaga con la noche.
¿Puedes alabar hoy, aunque no todo esté bien? ¿Puedes meditar en su bondad, aunque el camino sea incierto? Dios no busca perfección, busca corazones que lo elijan incluso en la tormenta.
Que tu canto en la oscuridad sea como incienso, una ofrenda que sube al cielo y toca el corazón de Dios. Porque Él se deleita en ti, no por lo que tienes, sino por cómo confías.
Himno:


